A nadie le gusta que le encierren en una celda, por mucho que sea por poco tiempo y por una buena causa. Y por eso no es de extrañar que a este perro le siente como una patada en los hocicos cada vez que su dueño le quiera meter en el transportín. Tanto, tanto, que se resiste de esta forma tan curiosa en modo pasivo-agresivo: no solo es que se retuerza y se ponga a lloriquear dejándose caer como un peso muerto, sino que aúlla soltando unos lastimeros «nooooouuuu» que de humanos que son, dan hasta escalofríos. ¡Curiosísimo!